9 de junio de 2008

LA CRÍTICA DE ARTE Y LA ESTÉTICA CONTEMPORÁNEA por Dr Adolfo Vasquez

El domingo he estado bastante ocupado haciendo copias de seguridad de los trabajos realizados entre 1993-2001......y estas cosas aparte de reencuentros con obras ya olvidadas....y otras que de gratos recuerdos y momentos......Me queda bastante por ordenar y catalogar pero (poliki-poliki) despacio y con buena letra todo terminará siendo organizado.
Lo que os prometiera os lo pongo hoy lunes: Este interesante artículo de Dr Adolfo Vásquez aparecido en el último número de escáner cultural.
Una mirada del arte en la que el que os escribe coincide plenamente frente a las viejas usanzas tan repetitivas en esta ciudad de Pamplona. Mañana se cumplen 6 años del boicot del Ayuntamiento a mi persona, por el mero hecho de acercar a mis ciudadanos la cultura durante 5dias en un espacio público y de tránsito......En los países civilizados estas actividades son valoradas......pero en este lugar que me ha tocado nacer los mandatarios ya demostraron que eso del Arte y la Cultura les sobrepasa para sus cortas mentes.............¿Qué le vamos hacer? Desde luego:Seguir defendiéndome de tales personajillos y trabajar para los verdaderos amantes de la cultura en libertad y seguir acercando mis conocimientos a quienes lo deseen


Tras este preámbulo os dejo con el interesante artículo del Dr Adolfo Vásquez Rocca

LA CRÍTICA DE ARTE Y LA ESTÉTICA CONTEMPORÁNEA

Como hemos venido señalando en anteriores columnas y Artículos, el registro, la documentación y el tránsito de obras se ha emancipado del fetiche sacralizador del Museo. La consigna adorniana del museo como mausoleo anunciaba ya la puesta en circulación de las obras, su operación de fuga o salida hacia el público, hacia la interactividad que la Web posibilita; la de sus Galerías virtuales y Revistas digitales.

Esta insubordinación de las obras, su abandono del museo, ha radicalizado la desconfianza de la institucionalidad del Arte sobre los medios digitales y las nuevas tecnologías. De allí que la industria cultural haya tomando recaudos respecto de los derechos a la exhibición, la propiedad intelectual de las imágenes, etc. –sometiendo cada vez más a la Cultura a una lógica mercantil y una racionalidad del espectáculo– socavando con ello el potencial crítico de la producción visual, convirtiéndola en una práctica soft y cosmética, políticamente correcta. El aparato de la institucionalidad cultural se dota así de sus sistemas inmunológicos para reeducar el exabrupto y librarse de las cáusticas estrategias con la que los artistas han querido instalar debates política y socialmente relevantes en la agenda iconográfica del inconsciente colectivo del país. La crítica de Arte se constituye así en una escritura desde el margen –sin ejes centralizadores ni moderadores de la opinión o el buen gusto decretado–.

El negocio del arte es un sistema de celos.

Pese a todo –no somos ingenuos– el negocio del arte es un sistema de celos. En él el deseo de las obras consiste en convertirse en objetos de deseo. En cuanto una obra atrae el deseo, aparecen a su lado las rivales queriendo apropiarse del anhelo de que disfruta. En todos los objetos brilla el anhelo de los otros. El mercado los hace sensuales, el hambre de deseo los hace bellos, la obligación de llamar la atención genera lo interesante.

El arte contemporáneo surge del desmantelamiento de los conceptos de autenticidad, obras originales y autoría como práctica discursiva compartida por las instituciones del museo y la Historia del Arte. A lo largo del siglo XIX todas estas instituciones aunaron sus esfuerzos para encontrar en la marca, en el certificado del original, la garantía que asegure la propiedad. La deconstrucción de las nociones de autoría y originalidad provocaron así un cisma en el estatuto mercantil del arte, sustrayendo las obras del régimen de la seducción.

Desde hace dos siglos está en marcha el aburguesamiento de la codicia..Desde sus inicios, y de acuerdo a este sistema de seducción, el museo de arte ha coexistido con las exposiciones de mercancía. En el siglo XIX son pocas las diferencias entre aquellas estrategias expositivas utilizadas en museos, pasajes comerciales y Exposiciones Universales.

El proceso de globalización del consumo de arte, donde el gusto ha devenido "elitismo de masas", ha dado lugar a una "cultura estetizada" en la que proliferan las masas de turistas que invaden los museos y galerías, que consumen información artística con una actitud de shopping propia de la sociedad del espectáculo y el imperio de la moda, devorando las producciones artísticas –sobretodo las audiovisuales que exigen un menor esfuerzo–. Prolifera así una estética que reivindica el "mundo del arte", es decir, "todo lo que tiene que ver con el arte exceptuando el arte mismo": la empresa cultural que gira en torno al artista, desde los críticos conciliadores, los curadores convertidos en súper-estrellas, pasando por los compradores, hasta los snobistas, la farándula y los pseudo-intelectuales.

La cuestión ya no es la de ser pintor, vídeoartista o instalador, la de manejar los medios del arte, sino que la cuestión es la del estar-presente y más aún, de ser visible en la escena de los medios. De este modo, tenemos que la posmodernidad no produce tanto un nuevo arte como un arte en un nuevo medio.

El discurso contemporáneo en torno al arte surge así, no de la historia del arte o la estética, sino de la prensa, del imperio de la opinión light, siendo este el tipo de discurso emocional que nutre la opinión dentro del escaparate posmoderno. Desde la producción de Exposiciones a la Beca y el premio. La tinta de prensa es la sangre que corre por las venas del "arte contemporáneo". Una construcción soft que escamotea a la razón para convertirse en discurso del balbuceo y lugar común del comentario de Arte. Aquí, mientras más vehementes son las las exclamaciones, cuanto más "ruido" hacen, cuanto más teatrales y afectadas llegan a ser, más logran ocultar la pobre formación estética y el casi analfabetismo filosófico e histórico de los administradores de la cultura, incapaces de entender y valorar el sentido de la producción cultural de los “artistas contemporáneos". Pese a todo cabe consolarse pensando que esta opinión que predomina suele ser la opinión de una generación –la del político con su “inteligencia funcionaria”– que se está desvaneciendo.


Los procesos de banalización de la cultura han hecho también su parte; la deriva del museo al territorio de la industria cultural y el entretenimiento ha propiciado esa particular dinámica de percepción propia del turismo cultural, aquella que Benjamin teorizará al dar cuenta de cómo se introduce una inclinación a la percepción distraída, no reflexiva.

En la era digital el museo ha sido –también– objeto de una desterritorialización; con la emergencia de las galerías virtuales y la desmaterialización del arte, el tránsito y circulación de bienes culturales ha asumido nuevas formas, desarticulando el hegemónico circuito de exhibiciones, dando paso a una nueva escena artística, donde el arte puede estar en todas partes a la vez, sin centro y sin periferia.

Si bien no parece necesario mostrar aquí –en su detalle– como este sueño ilustrado ha sido roto en la posmodernidad con el desmontaje del cuadro y del rito contemplativo de la pintura (de la sacralización del aura, de la fetichización de la pieza única) realizado mediante la crítica a la tradición aristocratizante de las Bellas Artes; del cuestionamiento del marco institucional de validación y consagración de la ‘obra maestra’, de las historias del arte y del museo. Sí cabe atender a la génesis del proyecto museo ilustrado dado que éste en sus últimos enclaves de resistencia sigue vinculado a intereses de clase y de dominación cultural, cumpliendo su hegemónico rol conservador, de salvaguarda del establishment cultural, de administrador interesado y parcial de un imaginario particular, que intenta presentarse despóticamente homologado con la cultura perenne, resistente a los avatares del tiempo y sobretodo a las embestidas de las vanguardias con su agitación y propuestas rupturistas en el plano político-estético, irrumpiendo como lo han hecho con un nuevo régimen de visibilidad, produciendo las transformaciones de lo artístico.

Paralelo a estas elitistas prácticas mercantiles y al obsceno gusto decorativo e indigesto en auge, se produce una tendencia a aligerar el arte de su contenido crítico, de su actitud transgresora, innovadora y –por momentos– corrosiva; se trata de una particular tendencia a despolitizar el arte, restándole toda fuerza de ruptura e innovación. El arte contemporáneo ha dejado de ser cáustico como lo fueron las vanguardias de los a los '20. No se debe ser ingenuo y subestimar la habilidad con que el sistema de convenciones institucionales ha logrado reingresar constantemente el gesto iconoclasta al inventario calculado (razonado) de las desviaciones permitidas, neutralizando así el ademán irreverente y reeducando el exabrupto.

De este modo la producción del arte gira en torno a la producción de exposiciones. El aparato moderno de mediación del arte se ha instalado como una máquina de mostrar que desde hace ya largo tiempo es más poderosa que cualquier obra individual a exponer. De allí también el protagonismo que han adquirido los curadores –dado que se les consigna el rol de editar, esto es, de dar un sentido a un conjunto de producciones que si no fuera por la unidad dada por el crítico como interprete super-dotado las obras aparecerían en su radical autonomía, dispersas, sin animo de suscribir ninguna teoría del arte, ni adscribirse a tendencia alguna que le reste peso de realidad a su radical voluntad expresiva -necesariamente individual- insurrecta y resistente a ser subsumida en un catalogo homogeneizador. La producción de exposiciones, con su correspondiente tranza bursátil, su núcleo mercantil y la puesta en escena fashion como parte de las estrategias socializadoras con que el mercado del arte y la sociedad de espectáculo coquetea con una clase intelectual cada vez más farandulera, seducida por los flash y la ocasión socialite ampliada en las páginas sociales de algún prestigioso matutino. Esta corte con sus flancos publicitarios, sus sistemas de influencia y especulación se ha vuelto autónoma por encima del valor de las obras expuestas y no muestra en última instancia ningún otro poder creativo que el suyo propio, el de la exposición misma. Como certeramente apunta Sloterdijk en la presentación de una exposición en Alemania “El arte se repliega en sí mismo”: El negocio del arte tiene como conflicto su hacerse visible. El negocio del arte es así un sistema de celos y exhibicionismo. En él, el deseo de las obras consiste en convertirse en objetos de deseo. El mercado los hace sensuales, el hambre de deseo los hace bellos, la obligación de llamar la atención genera lo interesante.

La crítica de arte coquetea con el interés comercial o el favor político, instancias de "transa bursátil", con nulas condiciones de distanciamiento epistemológico-analítico, las que permitirían develar la red de intereses, dependencias conceptuales e institucionales en que se sostienen el sistema de las artes.

La "responsabilidad" de intentar adquirir una solidez teórica es hoy una empresa imposible en un universo cultural y académico que solo expone e inaugura muestras con sensibilidad de folletín, con delicados sentimientos y un sutil toque de hipocresía, con licencias para la opinión generosa y condescendiente ante el “buen tono rupturista”, ante el exabrupto calculado, como ademán y simulacro de la trasgresión real.

En los últimos años hemos visto acentuarse las formas de banalización propias de la deriva del estatuto del arte al terreno del espectáculo medial, al de la "política cultural". Estamos librados a los titubeos de la democracia de los consensos, rendida al nuevo estatus galerístico del paraíso neoliberal, al arte de formulario, el del Fondart y otros fondos “concursables”.

Toda crítica es una sobreinterpretación, esto es, una profusión de textos y dispersión de significados. En este sentido podemos caracterizar la critica de arte como un dispositivo diseminador, como una maquinaria de proliferación del sentido.

POSTMODERNIDAD Y SOBREINTERPRETACIÓN Lecturas paranoicas y métodos obsesivos de sobreinterpretación UCM - Adolfo Vásquez Rocca 2005

La crítica ha de contribuir a nutrir un imaginario polifónico de significados –la crítica ha de ser un dispositivo de proliferación del sentido–. El sentido no es propiedad exclusiva de la obra, éste pertenece a la productividad –sensible e imaginativa– de los múltiples actores que participan en el proceso de comunicación emotiva que llamamos arte.

La crítica de arte debe ser independiente, no puede operar “dentro” de la institución–Arte. Una tarea propia de la crítica es la crítica de las políticas culturales, la crítica de la institución. Entre otras cosas para poner en evidencia que la fantasía de la “crítica institucional” integrada no es más que eso: una fantasía interesada. Tampoco haciendo curadurías ni dirigiendo museos se hace crítica, sino institución.

No es tarea de la crítica difundir la actividad ni de la institución ni del mercado del arte. El argumento de que se “informa” al público es una excusa para la promoción y propaganda velada, el periodismo cultural no puede constituirse en una agencia servil al comercio galerístico o a la institucionalidad del Arte.

Finalmente el ejercicio de la crítica de arte debe hacerse cargo de las consecuencias de su su “devenir on line” –que el escenario de los nuevos medios comporta– con los riesgos propios de las interpelaciones horizontales en un espacio polifónico. Esta posible deriva de la autoridad de la crítica –la que en su modalidad tradicional sigue parapetada en las revistas especializadas ajenas a toda expresión disidente– no debiera conducir al crítico a perder su independencia, e inhibir sus ejercicios cuestionadores del establishment cultural y del estatuto del arte, prácticas por lo demás desmanteladores y polémicas, pero sin embargo necesarias para mantener el Arte vigoroso, en un permanente estado de virulencia, única vía de inocular su potencia a futuras generaciones de artistas que desafíen las convenciones del gusto, del discurso soft “políticamente correcto”, así como a independizar su gestión de las operaciones mercantiles y cosméticas características de los operadores comerciales del arte, los nuevos Marchants d'art.

Dr. Adolfo Vásquez Rocca

Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, Teoría del Conocimiento y Pensamiento Contemporáneo. Áreas de Especialización: Antropología y Estética. Profesor de Postgrado. Profesor de Estética, Artes y Humanidades. Profesor asociado al Grupo Theoria, Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado. Director de la Revista Observaciones Filosóficas http://www.observacionesfilosoficas.net/. Editor Asociado de Psikeba —Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales, Buenos Aires— http://www.psikeba.com.ar/, miembro del Consejo Editorial Internacional de la Fundación Ética Mundial de México http://www.eticamundial.com.mx/- y Director del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo http://www.konvergencias.net/


1 comentario:

Anónimo dijo...

- Vásquez Rocca, Adolfo, "El Arte abandona la galería ! ¿A dónde va?", En RÉPLICA 21 © , Revista Internacional de Artes Visuales, México, Abril 2008.