10 de enero de 2008

Políticos VIP y discrepancia por Fabricio de Potestad

Se que para los que no vivis en Pamplona pueda ser dificil de comprender sin pensar que igual es exagerado la anterior entrada -Arte o Brutalidad-os pongo este escrito: Políticos VIP y discrepancia de Fabricio de Potestad Menendez(Medico - Psiquiatra y ex-concejal del Ayuntamiento de Pamplona) aparecido hoy en el Diario de Noticias de Navarra, y que creo ilustra mi anterior entrada.


Políticos VIP y discrepancia

por fabricio de potestad menéndez . (*) Médico-psiquiatra

http://www.diariodenoticias.com/ediciones/2008/01/10/opinion/d10opi5.1117341.php

L

OS políticos VIP son distinguidos e indisciplinados liberales que no necesitan compravenderse, recaudarse ni recolectarse, pues su raigal independiente, su devoción por el capricho y su aversión por todo corporativismo sólo les permiten vivir de sus pálpitos y certidumbres. Seguramente se hicieron VIP cuando comprendieron que el alma -eso tan etéreo, tan sutil que apenas ocupa lugar, el dulce perfume de nuestro verbo- no se aloja en nosotros, sino que anida en esos paraísos adinerados y barrocos, exagerados, casi churriguerescos, poblados de serpientes fascinantes, manzanas putas y árboles sesudos y maniqueos. Su hábitat natural viene a ser como una mixtura entre la sociedad de mercaderes de Locke y la sociedad jurídica de Kant. Desde este lado del siglo, los políticos VIP -Very Important People giran a velocidades de vértigo. Quizá de eso dependa la distinción, de sus constantes giros elípticos que acaban por marear al más insensible. Y eso es desolador. Vamos, en la última rotación, algo más rápida que los anteriores, la izquierda aristocrática -la de ahora, ya que la ideológica se va disipando- hace política liberal mientras la derecha se dedica por entero a la salvación territorial, ya que ve fantasmas hasta en la barahúnda noctívaga de la posmodernidad. Y es que en Navarra no ha habido nunca discrepantes sino sencillamente intrusos: foráneos, infiltrados, ateos, comunistas, nacionalistas, gentes de paso. Pero, en realidad, todos somos indígenas. Y mientras progresistas y conservadores, nacionales y nacionalistas, ateos y creyentes, unos y otros, no admitan y comprendan esto, los navarros seguiremos siendo simples vecinos que apenas se hablan. O sea, que los actuales dirigentes VIP, cualquiera que sean sus siglas, están persuadidos de que Navarra no hay más que una. La otra, la de los intrusos, la de la movida bulliciosa de los discordantes elevada de simple anécdota a categoría subversiva, esa hay que evangelizarla o excomulgarla.

En la política actual abunda el líder autosatisfecho y vertical. Y a los políticos de mentalidad autocomplaciente, es decir, a aquellos que se sienten seguros de sí mismos sólo si les acompaña la aureola de la unanimidad, la discrepancia les resulta intolerable. Entiéndase por discrepancia cualquier obstáculo en el camino hacia la beatificación personal, que no es otra cosa que un minúsculo nicho en los almanaques de anécdotas. Los políticos VIP ven en la crítica algo peligroso, una insidia capaz de persuadir al adversario de sus defectos, la conjura malediciente de los murmuradores que pretenden extinguir la escasa gloria de la que disponen, o el desafío de los subordinados que se niegan a reconocer la bondad de su actitudes y lo desinteresado de sus intereses. A este tipo de gobernantes, la crítica les ofende. Si un dirigente no es reverenciado, su autoestima se pierde y se convierte en algo mísero, en la materia prima de su descrédito. Así, los fustigadores, pugnaces y resueltos ríos de tinta, que invaden la prensa contra los políticos, suelen ser pésimamente encajados. Cierto es que su prestigio se ve denigrado con los escombros del aluvión de reproches, escasos, muchas veces, de la necesaria mesura londinense, pero no es de recibo que en vez de reflexionar acerca de las críticas recibidas, se lancen a la frase latigante. Este tipo de político, engreído y matasiete, abunda por desgracia. Sus calculadas reprobaciones -su polución verbal contra el vulgo o el discrepante- son sosa cáustica, son lo más corrosivo que se le puede hacer a la democracia. Estos políticos sufren todos los días el infarto social de no poseer la fórmula milagrosa para mantener en silencio a sus detractores, pues aspiran a eternizarse en la pomada social. Y lo hacen, quizá, por esa urgencia por salvar lo fugaz, por esa angustia del paso del tiempo y sus apremios, por esa lucha contra la adversidad que amenaza con su derribo y desguace. Los líderes VIP no hacen sino rubricar, con su desesperada necesidad de ser algo, la nada que el poder les vende, convirtiéndoles en poca cosa, aunque fugazmente. Un buen líder debe saber que su poder es efímero y terrenal, y que el apoyo de sus seguidores, incluidos los incondicionales, viene con fecha de caducidad. Sabido es que la fe en un político se va enfriando por entropía natural, por aburrimiento y porque las promesas incumplidas dejan una flojedad de piernas difícil de superar.

Acosado por la crítica, el político vertical y redicho es habitual que presente ya algún tic caciquil, que trueca en despotismo de escasa lucidez ante el temor de que no todos sus seguidores muestren el dulce asentimiento de los cadáveres. El político -que elude la diferencia- cree estar justificado por ese puñado y pico de votos para hacer lo que le venga en gana: política, social e incluso sentimentalmente. Sin embargo, silenciar la discrepancia es una ficción inútil, una creación artificial que viene a anular las críticas de la disidencia, para sustituirlas por la sonrisa cínica, fría y desvergonzada del político que las esquiva. En fin, ya no quedan de esos políticos que se yerguen como modelos de vida, y que entran a formar parte del restringido círculo de los maîtres à penser . En la actualidad abunda el político dómine, personaje de Molière, el político con ojos de ambición e impostura, alérgico al pueblo. Y así nos va.



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